Encontraremos entre las dalias
huevos pequeños y celestes. Él me dirá que son retoñitos de cielo, que hay que
trasladarlos a los charcos, a la laguna de los flamencos. Me negaré a hacerlo y
él me dirá que nacerán de ellos pequeños cielos, que cuando crezcan subirán con
los suyos, pero que no bien nazcan dependerán de nosotros, que no hay que
agitarles el agua. Pero no me convencerá. Le diré sobre mis miedos a las
tormentas, que los rayos me paralizan, y el dirá que eso sólo pasa con los firmamentos
adultos. Insinuará cosas de grandes que aún no entiende pero que se harán
realidad cuando crezcamos. Le creeré
hasta cuando mienta y sabré que lo hace, pero estaré muda. Con el tiempo le
crecerá la barba, dirá que debe buscar otros azules, que los pájaros y las
dalias de aquí son algo descoloridos, que los charcos dejaron de ser espejos.
Cuando él parta, las dalias se
peinarán sus pájaros grises, beberán lodo del charco vacío y las nueces del
piso serán de piedra.
El reloj de péndulo detendrá su
mecanismo exactamente a la hora en que él suba al tren. En el mismo instante,
las flores de mi jardín derramaran al suelo estambres en hilachas. Cuando parta
el tren, se desatará granizo, pero no serán piedras Serán huevecillos que cubrirán
el campo. Las gallinas vendrán de la nada a reconocer a sus hijos entre yemas
grises.