martes, 18 de abril de 2017

El sepelio de la Carmela.



La más requerida del burdel había muerto esa mañana de domingo. El pueblo que no faltaba jamás a misa estaba allí/ congregado frente al Señor.
Sus compañeras marcharon juntas hacia la puerta de la iglesia y esperaron a que los hombres del pueblo salieran/ para pregonarles de viva voz / que la Carmela había muerto. Las esposas quedaron estaqueadas/ incómodas/ con el brazo doblado pero vacío mientras ellos corrían a ver como la muerta se les iba.
Los perros se rascaban las pulgas o apoyaban sus hocicos entre las patas/ adormecidos y sumisos frente a la puerta rosa. El pueblo había quedado vacío.
El lunes/ al cortejo/ se unieron en larga fila los santos de las estampitas que convivían en su cuarto/ después/ sus compañeras/  los hombres/ el boticario -su mejor cliente- y por último los perros / conocedores del atajo que las noches escondían.

En la frescura interior de las casas quedaron apoltronadas las esposas legales y sus hijos junto a los viejos que ya no mordían.