Fui una niña que vivía perdiéndose. Me escondía debajo de
las mesas, detrás de los muebles. Mi madre, la
pobrecita perdía gran parte de su día buscando mi presencia. Yo experimentaba
otras búsquedas, otros lugares más recónditos y ella a su vez se esmeraba más,
porque el esfuerzo era mayor, con lupas, con pasos de colores diferentes, hasta
que llegó el tiempo de los pasos oxidados. El cansancio se peleaba con ella y
parte de su tiempo lo gastaba en moverse como en cámara lenta dentro del
esfuerzo desmedido de encontrarme. A duras penas dejó de buscarme. Y cabe
destacar que yo por fin llegué al escondite perfecto: mi vida.
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