Los peldaños de
aquella madera olorosa, me llevaban a una cima soñada donde no solo las
cúspides, eran casi imposibles de medir en el tramo de buscarlas, también el
caer, que era tan rotundo, a la vez que abismal. Tan íntimamente mar debajo y
mar arriba, que el piso a donde llegaba se sentía como el descubrimiento de las
profundidades. De pronto amanecía y yo estaba con un pie en el primer escalón
sintiendo aquel perfume a sándalo, intentando el segundo escalón, sacudiéndome
las estrellas de mar y los caballitos de los hombros.
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